Tengo entendido que la forma correcta de denominarte es “ansiedad”, pero yo prefiero llamarte con el nombre que te he dado: mi gran monstruo. ¿Por qué monstruo? Porque todas las cosas que se me han jodido en la vida ha sido directa o indirectamente por ti, porque apareces cuando menos lo espero y te quedas sin avisar cuánto tiempo.
Hubo una época en mi vida que me impedías comer: eras una bola situada en mi garganta que no conseguía tragar ni vomitar. Todas esas palabras que quise decir alguna vez pero que se fueron acumulando y acumulando. ¿Cómo iba a comer más si estaba ya llena de palabras que me tragué durante tanto tiempo? ¿Y cómo conseguí que se acumulasen tanto? ¿Por miedo a qué? Aparentemente no podía fallar, mejor era estar callada y no decir nada. No fuese a ser que dijese lo incorrecto y todos lo recordasen para siempre.
Luego me creaste miedo. Miedo a dejarme llevar y no atender mis responsabilidades. Cada vez que intentaba alejarme y disfrutar, me recordabas con dolores en el pecho, mareos y mal estar: “estarías mejor en tu cuarto, haciendo lo que debes hacer”.
Entonces te escuché más de la cuenta y caí bajo tus garras. Me tapaste la vista pero dejaste un pequeño orificio para que viese el único objetivo que querías que cumpliese, y si por casualidad conseguía ver más, hacías que no lo recordara, no le diese importancia, no lo cuidase…
Así hiciste que me desatendiese de todas las cosas importantes y me centrase en una sola cosa, que aunque fuese importante, no lo era todo, pero hiciste que se convirtiese en mi única necesidad. La vida es más que obtener un solo logro, pero tú no me permitiste darle importancia al resto, que realmente son las cosas por las que la vida merece la pena.
Todo siguió así, bajo un estrés constante para conseguir algo de lo que no soy consciente aún que era exactamente, mientras el resto caía poco a poco y yo no me podía dar cuenta que las cosas iban mal porque seguía con una venda en los ojos.
Pero esto no podía seguir eternamente, iba a llegar un momento en el que me diese cuenta que ese monstruo estaba ahí con una intención: hacerme sentir lo suficientemente mal para poder parar y decirme “¿qué estoy haciendo?” Hay veces que en las ocasiones en que sientes que has tocado fondo hay que parar y alejarse de todo lo que ha causado que venga el monstruo y mirar todo desde otra perspectiva, no sumergidos en el torbellino confuso de la ansiedad que impide ver lo que está sucediendo en el exterior de él.
Y aunque parece que ahí viene lo fácil, porque ya has salido del torbellino, resulta que es la parte más difícil. Es más fácil vivir teniendo miedo por algo irracional que volver al mundo real y tener que arreglar todo el estropicio que se ha ido creando alrededor sin darme yo cuenta. Es como cuando se te olvida regar las plantas un tiempo, hay algunas que con trabajo vas a conseguir salvar y otras que no. Pues es igual con las cosas con la vida, o las trabajas, o desaparecerán y no volverán.
Así que, mi gran monstruo, sé quien eres y que quieres de mí. Tranquilo, la próxima vez que aparezcas me daré cuenta antes de que hay algo que me tienes que decir. Pero ahora, ya puedes ir desapareciendo.
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