Érase una vez una clase en un colegio normal y corriente, donde los compañeros de clase se dividían en grupos de amigos, aunque eso no era impedimento para que se llevasen bien entre todos. Pero había una chica en la clase que no formaba parte de ningún grupo, prefería integrarse en uno diferente cada día. Ella estaba convencida que podía aportar y recibir algo de cada persona, por lo que no quería cerrar las puertas de su interior a nadie.
Ha medida que esa chica iba formando parte de diferentes grupos, sus integrantes decidían pedirle favores:
–¿Me dejas ese lápiz de color rojo?
–¿Y a mí el de color naranja?
–¿Y a mí el amarillo?
Ella los prestaba sin pensárselo dos veces. Ellos eran sus amigos. Harían lo mismo por ella, ¿no?
Un día la profesora les pidió que tenían que dibujar un arcoíris para el final de la jornada escolar y entregárselo, formaría una parte importante de la calificación de esa asignatura. La chica abrió su estuche y solo encontró el lápiz de color negro, ya había prestado todos los otros lápices de colores a diferentes personas.
Durante el recreo intentó recuperar esos lápices que había ido prestando a lo largo del año y que no le habían devuelto aun, pero solo le respondían con excusas:
–Me lo he dejado en casa.
–Lo he perdido.
–Se me rompió.
–Lo gasté.
Por más que lo intentó, no consiguió recuperar ni un solo color. Finalmente abatida aprendió una gran lección: ella se había entregado a personas que solo buscaban recibir y no aportar. Solo buscaban su altruismo, pero no devolvérselo. La amistad que ella había visto en ellos, ellos no la habían visto en ella.
No ser altruista no siempre implica ser egoísta, los antónimos absolutos no existen. Igual que esa chica entregó lápices de colores, nosotros entregamos cachitos de nuestro interior a otras personas en las que decidimos confiar. Esa confianza puede ser recíproca, y ese cachito nuestro que entregamos, se compensa por el cachito que nos entregan. Pero si se lo damos a las personas equivocadas, nos damos cuenta que nos estamos perdiendo. Que aquello que era nuestro, ya no es nuestro sino del resto. Que hay partes que perdemos o se rompen y que nunca podremos recuperar. Hay veces que hay que mirar más por uno mismo que por los demás.
El autocuidado nunca es egoísta.
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