domingo, 3 de febrero de 2019

La cafetería


Observaba el dibujo que me habían hecho en la espuma del café mientras calentaba mis manos en la taza. No sé quién me había comentado hace unos días que se acercaba la primavera… Porque el color azulado de las uñas de mis dedos evidenciaba lo contrario. Menos mal que en esta cafetería me conocían y me preparaban el café muy caliente, tal y como les pedía. En otras, después de dos sorbos, ya tenía que estar pidiendo que me lo volviesen a calentar, lo cual hacía que me ganase unas cuantas miradas llenas de reproche.
Tampoco puedo culparles, tienen mucho trabajo y ningún tiempo que perder. Al igual que el hombre que está sentado en frente mía tecleando de manera frenética, echándole un vistazo a su reloj cada cinco minutos. Me gusta imaginarme las historias que hay detrás de las personas que visitan las cafeterías –puede que este señor sea un escritor que esté llegando a la fecha tope de entrega del último capítulo, o puede que sea un secretario calculando los gastos de fin de mes de su jefe.
En cambio, las chicas que hay delante mía no parecen tener ninguna prisa: sus tazas llevan vacías desde que me he sentado y se ríen a carcajada limpia, aunque haciendo pausas de vez en cuando, muy poco disimuladas, para echarle un ojo al chico mono que se acaba de sentar en la mesa de la esquina. Una camarera ha pasado delante suya varias veces limpiándoles la mesa para, de esa forma, mandarles la indirecta de que les quiere echar. Sin embargo, han pagado y no hay mucho que pueda hacer con ello.
El chico mono está sentado solo, sin ordenadores ni móviles a la vista, simplemente sumido en sus propios pensamientos mientras mira el paisaje tras la ventana. Bueno, más bien la falta de paisaje que hay en esta calle estrecha de edificios ancestrales en la que se encuentra la cafetería. Aunque puede tener su encanto si te pones a imaginar las historias que esconden detrás. A él tampoco parece importarle el paso del tiempo.
Pensar en el tiempo me frustra: un minuto para las chicas que están hablando tranquilamente no significa nada, pero lo es todo para el hombre que intenta acabar su trabajo bajo la presión de una fecha.

A veces tengo la sensación de que soy capaz de parar el tiempo. Cierro los ojos para inhalar y exhalar profundamente y los vuelvo a abrir. Ahogo un grito al ver que la escena se ha congelado. El hombre tiene los dedos congelados sobre el teclado, una de las chicas mira a la otra con los ojos como platos por algo que le ha dicho su amiga, el chico de la esquina justo se estaba llevando el café a los labios…
Me levanto y doy un paseo alrededor de las mesas. Me siento raramente poderosa. La verdad es que si lo piensas, no es tan raro. La mayor lucha que tiene cualquier persona del mundo es con el tiempo, y el tiempo nunca puede ser vencido. Ni la persona más rica y poderosa del planeta es capaz de comprar ni un solo segundo más al reloj. Y unos segundos pueden ser cruciales.
Es extraño como toda la vida nos pasamos esperando: esperando a ser adultos, esperando a que acabe la jornada laboral, esperando a las siguientes vacaciones, esperando el nacimiento de un familiar… Y cuando nos damos cuenta de que hemos estado esperando en vez de aprovechando, es demasiado tarde. Ese tiempo se perdió para siempre.

–¿Perdona? –una voz me sobresaltó haciendo que abriese los ojos. El hombre seguía tecleando en su ordenador, pero no había rastro de las chicas ni del chico. En su lugar se había sentado una familia que había venido a desayunar a la cafetería.
La camarera me había despertado. Sentí la sangre subir hacia mis mejillas que tenían que estar ardiendo aún más que mi café –al menos según la temperatura que este tenía antes de que me hubiese quedado dormida– ¿Cómo había podido pasar eso? Qué vergüenza…
–Perdón, aquí tienes el dinero –me levanté apresuradamente y le dejé una buena propina a la camarera por las molestias que había causado. Salí a paso rápido de la cafetería para encontrarme con una ráfaga de aire frío que me golpeó en toda la cara. Maldición, había olvidado el frío que hacia fuera.
Sacudí la cabeza al acordarme del sueño que había tenido: en vez de parar el tiempo, había conseguido adelantarlo. Después de todo, tampoco soy tan especial, no tengo el poder de parar el tiempo.