sábado, 25 de agosto de 2018

El acantilado


Abrí los ojos para ver que me encontraba a escasos pasos del borde de un acantilado. Inspeccioné mis alrededores tratando de identificar en qué lugar me encontraba, pero no se parecía a nada que hubiese visto hasta ahora.
Si miraba hacia el mar me topaba con una tormenta eléctrica, truenos que causaban eco contra las paredes del acantilado, flashes de rayos que me cegaban los ojos para, seguidamente, devolverlo todo a la más profunda oscuridad. El agua había adaptado el color más oscuro que había visto nunca, las olas se elevaban varios metros sobre la superficie a causa del fuerte viento alcanzando mis pies que estaban entumecidos por el frío. El agua estaba helada.
Pero si miraba hacia atrás, las nubes se volvían más claras y escasas, el viento aminoraba su fuerza y entre dos nubes, un rayo de sol conseguía hacerse hueco para iluminar la explanada verde que se abría ante mi visión. Estaba segura de que si conseguía dar unos pocos pasos podría incluso escuchar a un pájaro piar en el bosque que se encontraba en el horizonte.
Pero no era capaz. Mis pies estaban anclados en la gravilla mojada por la lluvia y el agua del mar, no podía moverme, no tenía escapatoria. Empecé a notar los rápidos latidos de mi corazón y mi respiración entrecortada. Mis sentidos estaban agudizados al máximo, estaba en alerta, algo iba mal. Tenía que huir, ¿cómo?
–Oye –escuché una voz detrás de mí y me giré para ver mi reflejo en una chica que se encontraba al borde del acantilado mirándome. Quise gritar, pero mi garganta no era capaz de emitir ningún sonido. Entonces me fijé mejor y me di cuenta que no era exactamente como yo. Era un reflejo mío sin todas aquellas inseguridades que alguna que otra vez no me habían dejado dormir por las noches. Mi imagen deseada, mi yo perfecto. Sentí una punzada de envidia en el pecho, ¿qué clase de broma de mal gusto era esta? –¿te gusta lo que ves? Lo puedo ver en tus ojos, no me puedes engañar. Ven, te enseñaré el secreto para que puedas ser igual que yo.
Un aura oscura rodeaba sus facciones, en especial a sus ojos –dos agujeros negros sin fin–  que hacían erizarse mi vello. Aunque, a la vez, su propuesta me resultaba extremadamente atractiva.
–No puedo moverme –solté en un hilillo de voz, el cual me avergonzó al haber oído su tono de voz seguro y triunfal.
–Tienes que querer ser como yo, tienes que desearlo con todas tus fuerzas –esbozó una sonrisa burlona que me generaba desconfianza. Intenté ignorar mi intuición, me iba a dar lo que yo más quería, eso era suficiente.
Cerré los ojos para tratar de dar un paso y esta vez mi pierna cedió con extremada facilidad. De repente el viento soplaba en mi dirección, arrastrando el movimiento en la dirección adecuada. Abrí los ojos y caminé decididamente hacia la chica que me esperaba en el borde sin decir ni una palabra. En unos pocos pasos me encontraba frente a frente con ella, mis pies rozaban los suyos, nuestros ojos estaban alineados, nuestras manos se rozaban… Podía sentir que me transmitía su seguridad. ¿Y ahora qué?
Dio un paso hacia atrás y palidecí al ver que no caía al abismo, sino que se mantenía en el lugar, como si debajo suya hubiese una superficie de cristal. Ahora ya no estaba tan segura de querer seguirla, nadie me aseguraba que si cruzaba el borde me esperaría su mismo destino.
–No tengas miedo, ya casi estás aquí. Confía en mí –su voz era fría y lejos de generarme confianza, me provocaba miedo. La miré una vez más, sus promesas me atraían demasiado. Di un paso más para rozar el borde del acantilado y miré hacia abajo, estaba más alto de lo que había esperado, en el fondo había rocas grandes y afiladas y las olas chocaban contra ellas en completo caos. Nadie podría sobrevivir a esa caída. La fuerza de las olas hizo que unas piedras que se hallaban debajo de mis pies cayeran hacia el agua, mis piernas temblaron haciendo que casi perdiese el equilibro. ¿Era posible que no fuese a caer?
–¡Espera! –otra voz sonó detrás de mí y me volví a girar para ahogar un grito una vez más, ahí estaba mi reflejo, una réplica perfecta de mi reflejo. Era yo, pero no exactamente. Mi reflejo radiaba felicidad, esbozaba una sonrisa cálida y sus ojos brillaban con esperanza, algo que hacía tiempo que había perdido–no le hagas caso, sus promesas son mentiras. Vas a caer, no habrá vuelta atrás. Ven conmigo, podrás ser como yo.
–Ya soy como tú, ella me promete ser perfecta.
–Y yo te prometo ser feliz –¿cómo iba a ser feliz siendo como ella? Ya lo había intentado y solo conseguí lo contrario. Tenía que intentar algo nuevo –va a ser un camino arduo, vas a caer, te va a costar levantarte, a veces darás un paso para acabar dando dos hacia atrás. Pero si aceptas mi ayuda, yo estaré allí celebrando tus pasos hacia delante y animándote cuando des alguno hacia atrás. Juntas lo conseguiremos –su voz tenía algo diferente, algo que le había faltado a la otra chica, vida. Me giré para verla una última vez. Por fin me estaba dando cuenta, había estado tan cerca de caer en su trampa… Había estado a punto de darlo todo por una pequeña promesa de perfección. Una pequeña promesa que no existía, porque la perfección era irreal. La única forma de dejar de desearla era caer. Así dejaría de desearla, a la vez que dejaba de desear cualquier otra cosa. Dejaría de vivir.
–No le hagas caso, estás más cerca de llegar a ser como yo. Solo un pequeño paso. El otro camino que te espera va a ser mucho más duro, te va a hacer sufrir. Yo te voy a regalar lo que siempre quisiste –la rabia elevó su tono de voz al ver la duda en mi rostro, no quería dejarme marchar. Me había tenido tan cerca… Al borde del abismo. Yo no iba a dejarla ganar.
Con toda la fuerza que pude reunir en mi interior volví a girarme hacia mi verdadero reflejo. Todo se había vuelto contra mí, el viento azotaba mi cara arrastrando la arena del suelo que hacía que mis ojos ardieran, la lluvia empapaba mi ropa calándome hasta los huesos, tiritaba con una gran fuerza, el viento no me permitía avanzar… Es demasiado difícil. Me empezaban a escocer los ojos por contener las lágrimas. 
Entonces conseguí dar un paso, pero caí. Caí sobre un montón de piedras afiladas que se clavaron en mis rodillas, aullé de dolor cogiéndomelas tratando de mitigarlo, noté mis manos mojarse ante el tacto de un líquido caliente. Estaba sangrando. No podía hacerlo. Ya no era capaz de contenerlo más, las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas mezclándose con las gotas de lluvia. Era muy débil
Levanté la vista con gran dificultad y mi reflejo estaba allí, tendiéndome una mano. Los ojos le brillaban aún más que antes.
–El primer paso es el más complicado y lo has conseguido. Toma mi mano y nunca tendrás que volver a enfrentarte a esta pesadilla sola.
Le cogí la mano y supe que todo iba a ir bien.